Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto». Juan 15:1-2

¿Te ha pasado alguna vez que te has sentido estar en tu «mejor momento», espiritualmente hablando, y de momento comienzas a vivir situaciones que te dejan ver que no estás tan bien como pensabas? Comienzas a darte cuenta que dentro de tu corazón hay sentimientos que pensabas que ya habías superado, pero la realidad te hace pensar que estás peor que antes. Pues a mí sí me ha pasado y son los momentos donde más frustrada me he sentido como hija de Dios.

Es el desear deshacerte de tu propia naturaleza, pero a la misma vez, saber que no puedes deshacerte de ella y que lo único que te queda es entregar y morir a ella en obediencia. Es en esos momentos en los que tengo que correr a los brazos de mi Padre, entendiendo que no soy perfecta y que necesito ser atendida por Él de una manera especial.

La realidad no es que estemos retrocediendo, sino que estamos siendo podadas, limpiadas y perfeccionadas por nuestro Padre. Por eso es tan importante correr hacia Él, porque Él sabe lo que necesitamos y está dispuesto a proveer todo lo que nuestra alma necesite. Entender esta verdad me ha llevado a vencer cada pensamiento de derrota que el enemigo ha querido sembrar en mi mente. Y conocer Su Palabra me hace estar confiada sabiendo que «el que comenzó en mí la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo…» (Filipenses 1:6).

Podrán venir momentos de prueba, pero ellos no serán para destruirte. Más bien serán para fortalecerte y prepararte para que ejecutes efectivamente tu llamado.

«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» Romanos 8:28.

Lisandra