Marta le dijo a Jesús: —Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto…”. Juan‬ ‭11:21‬ ‭

«¡Qué decepcionada estoy de ti!», pudieron ser los pensamientos de Marta al ver que Jesús, ¡su amigo!, el que hacía milagros, el que visitaba su casa, el que decía que los amaba, no llegó a tiempo para sanar a su hermano Lázaro. Esta vez llegó cuando ya había muerto. Son muchas las decepciones que enfrentamos en nuestra vida de parte de nuestros padres, amistades, hijos, un líder o pastor y hasta de nosotras mismas.

Decepción es «un sentimiento de contrariedad producido por algo que no responde a las expectativas puestas en ello». En otras palabras, cuando ponemos pensamientos más altos o falsos, que esa persona o algo nos pueda dar. Todas hemos pasado por momentos de decepción y puede ser que todavía hoy te encuentres decepcionada. Yo también lo he experimentado en muchos momentos y puedo entender cómo te sientes. Pero también te puedo decir que quedarte y aferrarte a ese estado de decepción puede anular tu propósito, quitándote la capacidad de soñar, tu diseño como adoradora y -sobre todo- el poder ver la gloria de Dios manifestarse como jamás lo esperabas. Sucedió con Marta. Por sus palabras, podemos saber que sintió decepción y hasta coraje, sin saber que Jesús usaría este momento para manifestar Su gloria. ¡Qué peligroso!

Así me encontré yo también en muchos momentos y, por un instante, la decepción me quiso atrapar y esconder. Ella te hace sentir insatisfecha de ti misma, te arropa la culpabilidad por haber confiado y esperado algo de ese alguien que te engañó o no pudo cumplir. La tristeza se mete en tu corazón haciéndote reaccionar con temor a nuevas oportunidades. El desánimo, la falta de fuerzas te detiene para continuar tus sueños y hasta provoca que la resignación se adueñe de tu felicidad. Te lleva a reaccionar por todo y te niegas a tener relaciones que sí pueden conectarte a tu propósito. Créeme, es muy fácil ser decepcionada cuando no tenemos muy claro nuestro propósito, de quién somos y para qué fuimos creadas.

Para enfrentar nuestras decepciones es necesario que dejemos de pensar y vivir como niños. Dios quiere que maduremos y hagamos crecer nuestro conocimiento. Tenemos que partir del punto de vista de que ninguno es perfecto, que quienes nos rodean pueden fallar tanto como nosotros podemos fallar. En otras ocasiones, Dios tiene un plan mejor, como con Lázaro. Pero Marta no pudo ver más allá. Igual puede pasar en nosotras y -por nuestra tristeza o coraje- pasar desapercibida la intención de Dios. Sólo Él es perfecto y fiel para cumplir promesas y Su deseo es que confiemos plenamente en Él, sin reservas y sin intermediarios. Pero mientras llegamos a esa estatura, quizá continuamos esperando que otros sean perfectos y nos cumplan como queremos y eso no será así siempre.

Dios quiere manifestar Su Gloria en nuestras vidas y a través de los eventos que vivimos. No permitas que la decepción arruine tu capacidad de adorar y soñar. Afirma tu confianza en el que nunca te falla. ¡Perdona! El perdonar es clave para enfrentar las decepciones y para que puedas continuar caminando hacia las nuevas oportunidades que Dios está poniendo delante de ti.

Llegó la hora de dejar tu frustración y tristeza, tu coraje y desánimo a Sus pies. Levántate más confiada que ayer en quien te creó para Sus propósitos. Toma esa -o esas- decepciones y enfréntalas, convirtiéndolas en escalones para subirte y posicionarte en el lugar de tu asignación.

“Es mejor refugiarse en el SEÑOR que confiar en la gente. Es mejor refugiarse en el SEÑOR que confiar en príncipes”. ‭‭Salmos‬ ‭118:8-9‬ ‭

Edna Liz